mercoledì, aprile 01, 2009

un viejo reportaje

Las trampas en el certamen de Miss Mundo. Un viejo reportaje despues de la tonteria dicha por la nueva miss Mundo la venezolana Dayana Mendoza que describe Guantanamo como un lugar muuuuuuuuuuuuuuuuuuy chulo. Nina por favor callate ya.


Fuente: elmundo.es/magazine

Yo creé a Miss Mundo

por Martín Mucha

Al ver su nuevo rostro, libre de vendas, María Julia Mantilla lloró. Fue un quejido particular, mezcla de sollozo y angustia. Ésa que estaba en el espejo no era ella. Parecía otra persona. El cirujano plástico César Morillas la consolaba, acostumbrado como está a estas ráfagas de desaliento después de sus operaciones. Pero ninguno de los dos sabía que este caso sería especial. María Julia —20 años, ?,74 centímetros de estatura— sólo aspiraba a ser Miss Perú, la joven más bella de un país. Para conseguirlo, necesitó las manos de este mago de las transformaciones y su bisturí con punta de rubí.

El cuerpo de la chica que —tras pasar por el quirófano, a principios de 2004— estaba magullado y parecía el de un boxeador en el decimoquinto round, era perfecto, literalmente. Su pecho pasó de planicie a cordillera, gracias a dos prótesis de silicona que parecían haber estado siempre allí. Ya era una mujer 90-60-90. El colágeno en los labios le dio un matiz sensual. Semanas después, en abril de ese año, logró su primer objetivo: ser una Miss Perú. Con ello alcanzó a ser seleccionada para participar en el certamen clásico de la belleza; el Miss Mundo. Fue a China a competir. El 4 de diciembre el cantante Lionel Richie, presentador del evento, gritó su nombre. Una muchachilla de provincia, antaño con las facciones imperfectas, era la nueva Miss Mundo 2004. Morillas había alcanzado su Venus. Con esa elección se sentía Botticelli. Esta operación no ha sido un golpe de suerte. Dentro de los círculos de la cirugía plástica, Morillas ya estaba incluido entre los ?0 mejores, pero siempre bajo la inmensa sombra de Ivo Pitanguy, su maestro y el inventor de la cirugía plástica. No sólo en el sentido eufemístico, es de la décima promoción, la de ?976, de la escuela que fundó el brasileño.

Morillas, hijo de un modesto carpintero, llegó a Brasil con poco dinero. Para poder estudiar dejó atrás, en Lima, a su esposa. Allí hubo poca samba y no vivió los carnavales; pasaba las horas concentrado en aprender y subsistir. Era asistente del asistente. No podía dormir más que un promedio de cinco horas diarias. Era eso o dejar la carrera. Lo pensó varias veces, pero pocos médicos se pueden jactar de que, en su periodo de aprendizaje, le hicieron las curaciones a personajes como Gina Lollobrigida, Rachel Welch o a la princesa Farah Diba, la esposa del Sha de Persia. Morillas, sí.

La primera impresión al verlo vestido entero de Christian Dior, con la bata blanca en una silla junto a su escritorio de diseño, es la de estar frente a un dandi. Él se considera un artista. "La única diferencia es que mis mejores obras no se exhiben en un museo, sino que caminan por la calle", dice mientras coge sus gafas de oro.

Miembro de la "jet". Poco queda de aquel hombre que para pagar el alquiler del piso ayudaba en las operaciones en Río. Ha pasado la barrera de los 50. Casado y padre de tres hijos, es un miembro emblemático de la jet set de Latinoamérica. Las celebridades visitan cotidianamente su isla, ubicada en la playa de Santa María, una de las más exclusivas del continente. En este islote, unido al continente por un puente de 80 metros, está su flamante casa. La construcción reta las leyes de la física. Para construirla tuvieron que dinamitar el suelo, ya que era pura roca. Desde los ventanales de la vivienda se puede ver su enorme yate. Lujos tan normales entre millonarios de cualquier parte son, en un país plagado de secuestros, una insólita aventura.

La metamorfosis que tuvo la vida de María Julia Mantilla ha sido del mismo calibre. A sus 20 años, pasó de ser una desconocida en Perú a aparecer en los titulares de toda la prensa internacional. Sólo por ganar, recibió ?00.000 dólares. Hasta entonces, María Julia había viajado poco, y este año ya ha dado, al menos una vez, la vuelta al mundo acompañada de celebridades como Jackie Chang y Luciano Pavarotti. Participa en fiestas glamourosas y vive en una estupenda mansión en Londres, propiedad de Miss World Inc. Antes sólo aspiraba a ser una correcta profesora de educación primaria; ahora apunta a Hollywood. Hoy es una divina, cuando lo más cercano que había estado de la divinidad fue cuando hizo de Virgen María en un montaje teatral de su ciudad natal, Trujillo. La misma ciudad en la que nació su cirujano plástico.

De cada cinco peruanos que quieren hacerse una cirugía plástica, al menos dos piensan primero en César Morillas. Recibe pacientes de lugares tan distantes como China y Croacia, de África a Oceanía. Por eso María Julia Mantilla creía en él, igual que hicieron nobles y políticos europeos que han pasado por sus manos. Se alojan en su clínica, una suerte de pequeño hotel cinco estrellas en Monterrico, un lujoso barrio de Lima. Todas las habitaciones están revestidas de mármol, disponen de atención personalizada y, lo más importante, allí se vive, hasta el fin del cambio, en la más absoluta privacidad. Antes de cada operación, el médico hace un retrato a mano de sus pacientes. Con esos trazos se inicia la llamada Terapia Morillas. Con María Julia Mantilla aplicó este proceso fidedignamente. Miró y esbozó las imperfecciones que iba a retocar. Dibuja el presente y el futuro de los pacientes, bocetos que él nunca les enseña.

"Sólo quiero crear belleza. Escucho lo que desean, por supuesto, pero si me parece descabellado no opero. Hay mujeres que vienen y quieren ?40 centímetros de busto. Otros pacientes buscan, teniendo rasgos indígenas o africanos, una nariz caucásica. Eso no es natural, es monstruoso. Si insisten demasiado les digo que vayan a un psicólogo", afirma. A lo largo de su vida profesional ha pasado por numerosos retos, algunos extravagantes como, por ejemplo, cuando una multimillonaria le ofreció toda su fortuna si le prometía que su amante, mucho más joven que ella, permanecería toda la vida a su lado. "La puedo dejar hermosa y muy joven, pero lo que usted pide no depende de mí. No hago ese tipo de milagros", le respondió.

Tras el retrato, la aspirante a miss recibió sesiones de purificación en una cámara hiperbárica. Se trata de una cápsula de metal donde grandes cantidades de oxígeno en estado puro golpean el organismo sin que el paciente lo perciba, dejando su epidermis más tersa y su cuerpo preparado para la operación. Es una cámara similar a la que emplea Michael Jackson cuando duerme. Lo hace para tener la piel de un crío. El proceso previo al quirófano se completó con sesiones de nutrición y yoga.

Empieza el acto. El quirófano de Morillas es su altar. Toda operación comienza con una oración. Se encomienda a Cristo para que guíe su mano: "Benditos sean ustedes los cirujanos que se atreven a modificar la obra del Creador para mejorarla" es la frase del papa Pío XII que recuerda siempre. Tiene anestesistas, médicos de apoyo y enfermeras. Un equipo completo que monitorea al paciente ante cualquier contingencia. El sonido del aparato que mide el ritmo cardiaco y la respiración es lo único que corta el silencio. Hace la señal de la cruz y comienza su particular batalla por la estética. Un guerrero que ha alcanzado una fortuna de decenas de millones de euros en un país donde un médico del seguro social percibe entre 250 y 400 euros. Su tarifa básica es de 2.000 euros; de ahí hasta donde llegue la imaginación. Siguió bien el mensaje de su padre cuando se fue a estudiar con Pitanguy. "Sáqueles la p… madre a sus pacientes cuando vuelva. Haga plata", le dijo el carpintero. Su primer Ferrari, único entonces en el país, da fe de que le hizo caso. El silencio del quirófano se quiebra. "Pásenme el escoplo", dice Morillas antes de comenzar una rinoplastia. Fue lo último que escuchó María Julia Mantilla antes de caer en el limbo de la anestesia. El escoplo es una suerte de cincel pequeño. Sólo tras estar un mes con Morillas —viéndolo transformar rostros y vidas— se puede describir la complejidad y precisión de la operación de la Miss Mundo. Moldea como quiere los cuerpos. Deja los defectos físicos en el quirófano como un mal recuerdo.

Primera incisión. El primer golpe fue seco. La piel se levantó como una lata de sardinas. El instrumental —de distintos tamaños, ninguno más grande que un bolígrafo— salió y entró innumerables veces por las fosas nasales. El proceso es como hacer una escultura a ciegas, sin saber el resultado. "Hay que imaginar cómo va a quedar. No se sabe a ciencia cierta nunca", afirma Morillas. Se producen unos 350 golpes de bisturí. Luego se cose la base en el límite entre los agujeros de la nariz. Completó el cambio del rostro de María Julia con el aumento del grosor de los labios.

Haciendo una descripción inexacta y muy parcial, le eliminó un notorio caballete, resaltó sus ojos y sus pómulos renacieron. Más exacto sería decir que Morillas la hizo dar el salto de la normalidad a la hermosura inconmensurable. Sin ninguna cicatriz que la delate.

El resto de su cuerpo pasó por largas sesiones de ultrasonido y aceleración biomolecular. Sus senos crecieron en 275 centímetros cúbicos cada uno. La rinoplastia y mamoplastia supusieron cuatro horas en quirófano y el proceso total, seis semanas. Es el secreto mejor guardado por César Morillas si la operó también de las orejas y la mandíbula. Lo niega rotundamente, pero las fotografías del antes y después confirman la duda. La terapia se completa con sesiones en el gimnasio supervisadas por un especialista que entrenó a Arnold Schwarzenegger en su época de Conan. La fama de las metamorfosis que logra Morillas lo ha llevado a vivir un episodio sacado de un libro de espías. Fue requerido por Vladimiro Montesinos, el nefasto jefe de Inteligencia de Perú. Le pidió que lo hiciera más joven. "Parecía que tenía una idea de inmortalidad y eterna juventud", asegura. Lo que quería, en realidad, era pasar desapercibido y fugarse. Tuvo que hacerle los exámenes médicos previos en el temido Servicio de Inteligencia Nacional, donde se realizaron torturas sistemáticas. Cuando todo estaba listo, la dictadura que él encarnaba cayó. Huyó en un velero llamado Karisma. La intervención nunca se realizó. Habría sido su ruina.

Morillas cree tanto en lo que hace que no ha dudado en pasar él mismo por el quirófano para quitarse las arrugas. Se sometió a una endoscopia frontal, una operación sumamente complicada donde dos cámaras se introducen debajo de la frente y con ellas se hace casi todo el proceso. Para afinar la certeza de su muñeca se ha dedicado también a la pintura y la escultura. En su clínica ha colocado toda su producción. Siguiendo a Deepak Chopra, escribió una novela metafísica titulada El Niño de la Luna. Una vez al año, reconstruye —sin cobrar— rostros marcados por la pobreza o por el terrorismo.

Su mayor virtud es la discreción. Es absoluta cuando ha hecho un pacto de silencio. Cuando empezó a comentarse que María Julia Mantilla había sido operada, todos trataron de negarlo. Él se mantuvo silente, esperando que ella lo confirmara, ya que la joven firmó antes de ser Miss un contrato comercial con una clínica: la operaban y le hacían todo el tratamiento de manera gratuita a cambio de que ella fuera la imagen del centro. Primero, ella lo negó. Luego explicó que "sólo habían sido unos leves retoques". Morillas no tardó en soltar una frase contundente a los medios de comunicación: "Ella es el mayor orgullo de la cirugía plástica peruana". Las especulaciones sobre innumerables operaciones empezaron a surgir incesantes en la prensa amarilla peruana… Sin ninguna prueba relevante hasta este reportaje.

La historia feliz entre ambos se terminó. La joven dijo que él era un "lobo" aprovechado y que no hablaría más del tema y menos de él, probablemente temerosa de las repercusiones que tendría al saberse cuánto había cambiado. Si bien es cierto que en estos concursos de belleza están permitidas ciertas cirugías, su metamorfosis ha sido demasiado brusca y podría ser el fin de su reinado. Sin estar claramente definido, especialistas en estos certámenes afirman que "se puede afinar a una Miss en un quirófano, mas no modificar". No hay un antecedente de un caso similar. Nunca se ha logrado probar la magnitud del cambio de una Miss Mundo o Miss Universo. Minoska Mercado, Miss Venezuela ?993, participó con más de 20 cirugías. Pero no ganó el premio, así que no pasó de ser una anécdota. Helen Morgan, la ganadora de ?974, era madre soltera. Perdió la corona inmediatamente. En ?980, Gabriela Braun lo perdió por posar desnuda.

Veredicto. Será la todopoderosa Julia Morley, presidenta de Miss Mundo, quien diga la última palabra. De perder la corona, en Perú sería cuestión de Estado. Ella a partir de su coronación ha sido recibida por el presidente peruano, Alejandro Toledo, en el Palacio de Gobierno; nombrada embajadora de buena voluntad y condecorada por el Congreso. Los colegas de Morillas, recelosos de la repercusión internacional, decidieron atacarlo soterradamente, pues este éxito implica perder clientes y, por ende, mucho dinero. La envidia le ha perseguido siempre. Cuando empezaba fue escogido por Patricia Llosa, la esposa de Mario Vargas Llosa, para que le hiciera una abdominoplastia. Ése fue el inicio de su despegue.

Sin embargo, la operación de Miss Mundo lo ha elevado a la cúspide de su profesión. Ahora es el mejor. Es consciente de ello. No tiene pelos en la lengua cuando se le compara con Pitanguy. "Sus técnicas, sus alumnos las hemos superado hace mucho. Eso no es ninguna novedad. Creo que los llamados a juzgar son los pacientes. Y ellos dicen que sí, que lo he superado", asegura César Morillas, un hombre que perfecciona la obra de Dios todos los días. Quien logró que una mujer común y corriente sea la más bella del planeta.

En su clínica, www.clinicamorillas.com.pe

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